El bus llegó, en efecto, con retraso… Me recogen en la puerta del hospedaje y Eusebio no viene, aunque ha mandado el bus en mi búsqueda…
El furgón no está muy lleno… Hay un alemán algo centrado en sí mismo (Klaus) sentadito en la parte delantera… También dos chilenos, que hablan sobre una venta de “caullos” (caballos), están charlando desde sus asientos y yo estoy en medio de los dos; yo mirando al frente o a través de alguna ventanilla y ellos estudiándose profundamente la mirada. Pareciera que me están mirando con descaro a mí, pero solo andan interesados en su probable transacción pecuaria, así que me voy enterando (a pesar de los modismos y la velocidad del acento chileno) del trajín comercial que llevan… En el vehículo, además, andan una viejecita con aspecto aindiado que se baja unos kilómetros más abajo, un señor con bigote (que conoceremos mejor más tarde) y un chaval joven y silencioso amarrado a su teléfono móvil, como si se tratara de un escapulario de la Virgen del Carmen… También, en los primeros sitios, hay una muchacha que viaja con sus dos hijas… Una de ellas termina “echando las potas” durante el trayecto…
Transcurre el viaje sin mucha pena ni gloria entre pequeños torrentes de agua de las montañas y bastantes rastros de la ceniza volcánica que el Michinmahuida ha ido vomitando desde la erupción que tuvo lugar el primero de mayo pasado… Sobre los montes cercanos se ha ido depositando, por encima de las copas de los árboles, una capa de un gris ocráceo que delata la catástrofe que vivió (y sigue viviendo) la zona… Al llegar a la población de Chaitén, nos recibe la noticia de que hoy no hay ferry, lo habrá mañana… Tito, un suboficial a punto de retirarse, el señor del bigote que andaba en la furgoneta, nos invita a Klaus y a mí a hospedarnos en su casa junto con Macarena (la joven madre) y sus dos niñas… Dado la desolada estampa de la que antaño fue una próspera villa turística, no queda mucha alternativa… El volcán no mató a nadie, pero tuvo la fuerza suficiente de desviar el río cercano y arrastrar al mar un montón de casas… El paisaje urbano es dantesco, aunque en franca recuperación… No hay electricidad (tendremos que andar con velas esta noche), ni agua corriente (que se encarga el ejercito de distribuir) y las provisiones llegan con cuentagotas… Aún así, Chaitén resiste heroicamente… Se ven banderas chilenas por todos lados… En la calles se amontonan los cúmulos de ceniza y arena que las máquinas han ido despejando… Pero el volcán sigue humeando y, desde la lejanía, casi parece resplandecer de crueldad y belleza… Una gigantesca columna de humo brota de su cráter, levantándose a gran altura, y otras chimeneas más pequeñas de su cima, también aportan su “granito” de arena (o ceniza) al espectáculo, de tal manera que el aspecto de la montaña se asemeja bastante a los rescoldos de una enorme hoguera…
Yo me encargo de hacer la comida con los suministros que habían por la casa más algunos más que se traen de un almacén cercano: Unos espaguetis servidos con cebolla salteada con una lata de jurel, huevo, tomate, eneldo y especias variadas… Hay unas cervezas también para poder pasar la pitanza y poder brindar alegremente… El agua para beber y lavar luego la vajilla nos la trae, en un bidón, un militar encargado de ello… Parecemos unos refugiados aislados del mundo consumiendo sus últimos víveres… La entereza de Tito, ya acostumbrado tras tantos meses de “sitio”, es admirable… Es un hombre gracioso y amable, aunque no muy parlanchín y con una hospitalidad sin reserva… Como las que raramente se ven… Todos se lo agradecemos y él actúa con total naturalidad… ¡Dios lo bendiga!
Tras nuestro buen yantar, Tito, Klaus y yo salimos a dar una vuelta por los alrededores… Las calles flanqueadas por grandes montones de barro y cenizas que las excavadoras han ido depositando en zanjas, los arroyos desordenados, aquí y allá, que se dirigen en tropeles al mar atravesando las calzadas, las casas enterradas, destrozadas, aplastadas bajo su techo… Y al fondo del horizonte, el gran testigo mudo de su propia calamidad: el volcán… Pero Tito nos lleva más lejos de todo esto. Nos quiere mostrar, como buen anfitrión y cicerone amante de su tierra, algo de lo mejor de su comarca… Aún queda en pie belleza sin destruir… Nos vamos dirigiendo, siguiendo sus pasos, por senderos que aún se destacan de entre las ruinas… Nos conduce por los caminos que llevan a un parque que ahora permanece cerrado al público y que el centinela nos abre sin problemas ante la presencia de Tito y la “familiaridad” de su cargo militar… Luego de una corta caminata llegamos, siguiendo un desfiladero vallado junto a un ruidoso torrente, ante una cascada preciosa que el volcán no se atrevió, o no pudo, tocar… Quedamos un rato callados, sintiendo la energía amable de la madre tierra, yo tomo algunas fotos… Un perrillo, que nos ha acompañado desde la entrada al recinto, anda afanado buscando algún movimiento extraño entre todos los aromas que debe estar percibiendo entre las aguas… Tras unos minutos de silencio (parecidos a los que se guardan en honor a alguien ausente), volvemos sobre nuestros pasos y regresamos a casa…
Dormimos una siesta… A mí me ha tocado una pequeña habitación en la parte de arriba de la casa… Es un aposento calido y perfectamente aislado del exterior. No hay cama y extiendo mi aislante para poder depositar encima el saco de dormir. No hace falta meterse en él, la temperatura es muy agradable… Doy unas cabezaditas que saben a gloria y cuando vuelvo a salir compruebo que los demás siguen durmiendo… Todavía hay luz y salgo a la calle a darme un paseo… Me siento unos instantes ante la melancólica bahía de lodo por drenar y tejados hundidos recortándose sobre el horizonte del agua… Sigo caminando y encuentro a Klaus… vamos juntos a la información de la capitanía para preguntar por los horarios de la barcaza (el ferry), que parece ser que saldrá temprano a las 8:00… Luego volvemos a “casa”…
Por la noche también me encargué, con placer, de hacer la cena, que consistió en unos sencillos huevos revueltos con cebolla y tomate… Abrimos una lata de palmito e hicimos una ensalada añadiéndole los tomates restantes… Cenamos a la luz de las velas y tras una brevísima tertulia, nos fuimos a dormir… Reposé como un rey sobre el suelo de madera y la noche, extrañamente silenciosa y oscura, fue muy propicia acunando a nuestros pobres viajeros…