Despertamos en el bus y paramos en una pequeña fonda de carretera para poder repostar algo… Me pillé un buen bocata de pollo y entablé conversación con la chica el mostrador… Intercambiamos yerbas mate; ella me dio una con añadidos de naranja y yo le pasé lo que me quedaba de la yerba compuesta uruguaya…
Al subir de nuevo al bus, los conductores me invitaron a tomar mate a la cabina, ya que andaban curiosos con un “gallego” como yo que iba con un termo y sorbiendo “matesito”… Contamos chistes y pude comprobar que su rollo de transportistas patagónicos de frontera rozaba la consideración de contrabandistas por parte de las autoridades, molestándolos más a ellos en cada control que a los pasajeros, a los que solo nos pedían documentación… Realmente esto es un poco el “Fin del Mundo”, como rezan los eslóganes turísticos…
A la tarde llegamos a Esquel… Un español que iba en el bus se me pegó para buscar alojamiento juntos… Yo ya tenía seleccionado el mío y él prefería algo más pijillo y tal, así que nos dijimos adiós en la puerta del camping…
Opté por un alojamiento en cabaña, solo un poco más caro, ya que andaba algo “quemao” del viaje para ponerme a plantar la carpa…
La señora de la recepción me da la noticia de la desaparición del pueblo chileno de Chaitén por culpa de las erupciones del volcán el año pasado… Ese es el pueblo que nos serviría de puerto a la Isla Grande de Chiloé… Sin embargo hay un bus a Futaleufú, una población chilena en la frontera, en la que quizás pudiéramos informarnos sobre transporte a la isla…
De momento me instalé en mi cama de troncos y, tras una ducha y algo de cháchara con un chaval francés (Pablo) y su novia, que venían haciendo dedo desde Bolivia, me dispuse a meterme en el catre hasta mañana… Dormí como un corderillo… Los largos trayectos hacen maravillas en los insomnios de los “civilizados”…
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