Marco Aurelio no sólo fue uno de los más destacados emperadores romanos (nacido en 121 d. C., reinó desde 161 hasta su muerte en 180), que se enfrentó victoriosamente a los persas y germanos que amenazaban peligrosamente la integridad del Imperio. Fue, sobre todo, el emperador filósofo por excelencia y uno de los más destacados representantes del pensamiento estoico. La profundidad y sutileza de su visión del mundo —una visión profundamente panteísta, en la que un solo mundo es centro acogedor tanto de lo sagrado como de lo profano— impregna sus Meditaciones: un monumento literario al arte de gobernar al servicio del deber.
Y como muestra un botón: “Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja”, decía este emperador que imperó sobre una sociedad orgánica —una “colmena”— que, precisamente por serlo, hacía posible que se dieran en su seno magníficas “abejas” (“individuos”, decimos en los tiempos en que, encerrado cada uno en su caparazón, se ha derrumbado la colmena).
He aquí una pequeña selección de sus Meditaciones… En posteriores posts pondremos algunas más:
4.40. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de percibir, la suya, y cómo todo lo hace con un sólo impulso, y cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.
7.9. Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo. Que uno es el mundo, compuesto de todas las cosas; uno el dios que se extiende a través de todas ellas, única la sustancia, única la ley, una sola la razón.
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