Hoy ha sido día de partida… Nos vamos al Titicaca… Con el bus ha habido lío con los asientos… Varias personas tenían el mismo número y he encontrado a unos colombianos, abuela y nieto, en mi asiento… Me ha costado desalojarlos, pero lo he hecho… En un momento del trayecto, hemos tenido que bajar del bus para que este pasara un recodo del lago en una barcaza diferente a la que hemos usado los viajeros… en la otra orilla, mientras esperábamos la llegada del vehículo, he conocido a unos chavales argentinos que se dirigían también a Copacabana…
Una vez llegados, me han faltado pies para acercarme al ferry que se dirigía a la Isla del Sol y comprar un pasaje… He tenido tiempo de comer algo antes de su partida… El recorrido ha sido de unas dos horas, pero tras esto, estábamos en la mágica isla en mitad del Titicaca llena de caminos y rastros incas… En el trayecto, he vuelto a encontrar a los chicos argentinos; habían tenido la misma idea que yo: conocer la isla antes que Copacabana…
Bajando con dificultad del ferry, me he topado, mirando a a izquierda, con la silueta del Hotel Wayra agazapado en lo alto de una ladera… He llegado con esfuerzo, pero he llegado… Jadeando bajo los cuatro mil y pico metros de altitud, me he reconfortado co la noticia de que había habitación libre… Pero la codicia del indígena que lleva el establecimiento se ha puesto de manifiesto cuando unos “gringos”, que prometían pagarle más, han llegado después que yo… Rápidamente me han dicho que no había habitación… He protestado, y los “gringos”, al darse cuenta del paño, han dicho amablemente que yo había llegado antes y que se iban… A regañadientes, sobre todo de la mujer del encargado, me he quedado en la habitación…
Menos mal que no he tenido que subir con las mochilas la llamada “Escalera del Inca”, una larga y empinada escalinata que lleva al pueblo situado en la cima del monte de enfrente al pequeño muelle… Cuando he dejado los bártulos, me he dirigido hasta ella y he empezado a subir… La falta de oxígeno y de entrenamiento se han hecho notar… Aún así, he llegado al pueblo en donde, tras un recodo en una escalinata, he oído mi nombre: “¡José!”… Eran los argentinos, un chico y dos chicas, y me he acercado a sentarme… Estaban en su hostal (ellos subieron con mochilas menos pesadas que las mías) y he decidido, resoplando por la falta de aire, que mi paseo de hoy se acababa allí… Hemos hablado largo y tendido hasta el ocaso y hemos quedado para mañana ir juntos al Templo del Sol en el lado norte…
He bajado por otro lado más directo a mi hostel y ya de noche he llegado, siempre sin resuello, al alojamiento… Allí, el dueño tenía otro carácter y me he sentado a hablar con él… Hemos tenido una larga charla en el que han salido a flote las leyendas que se cuentan sobre el agua que va cayendo por los laterales de la Escalera del Inca… Según cuentan, esa agua no es del lago, sino que proviene de fuentes situadas en el lejano Cuzco; los incas supieron como traerla hasta allí… No cuentan como hicieron para pasarla bajo el lago, pero es mejor así… Si hay explicación, no hay misterio y sin misterio no hay leyendas que contar al amor de la lumbre…
En la habitación había un compañero durmiendo, argentino (por el termo que he visto encima de la mesa) y se ha pasado gran parte de la noche gimiendo en sueños y emitiendo, de vez en vez, algún que otro sonoro ronquido… Mañana tenemos caminata por toda la isla…
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