A la llegada del taxi, que he tenido que regatear otra vez hasta llegar a un precio razonable, se acabó el relax… He montado el equipaje y nos hemos dirigido a la terminal… Allí he tenido que esperar un par de horas, leyendo a Elías Canetti, hasta que, alrededor de las 17:00, el bus a salido…
Queridos amigos míos que seguís este blog de vez en cuando, tengo algo que deciros: El trayecto de Cuzco a Ayacucho es bellísimo, pero lento, pesado, peligroso e incomodísimo… Ya sabéis a lo que os atenéis si decidís recorrer este camino por tierra… Las ruedas del vehículo chirrían en las estrechas curvas de tierra, sobresaliendo apuradamente los límites de la calzada… La velocidad es de 15-20 Km/h por termino medio y el zarandeo es constante… Aún así se puede echar una cabezadita que te deja el cuello baldado ya que, cuando dormitas en la inconsciencia, la cabeza va tambaleándose como la de un perrito de de parabrisas y eso, definitivamente, deja rastros dolorosos de una tortícolis “viajera” de las peores que uno pueda echarse al cuerpo… Y yo me he metido viajes masoquistas en Sumatra, por ejemplo, atravesando la isla de norte a sur en bus… Pero nada te entrena lo suficiente para repetir una experiencia de este tipo… En el caso indonesio habían alternativas (vuelos de avión no mucho más caros que el trayecto en carromato); pero en esta travesía peruana no se puede hacer otra cosa y, ya se sabe, el destino soñado es superior a cualquier amago burgués de comodidad o rapidez… Solo espero que Ayacucho, una de las cunas de la independencia peruana, no me decepcione mucho…
De madrugada, hemos parado en Andahuaylas y, luego de esperar una hora y pico, ha llegado el bus que nos llevaría, esta vez definitivamente, a la ciudad de Ayacucho…
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