¿Para qué gastar palabras? Aquí, en este post, prefiero dejar a las imágenes hablar por si mismas… No obstante, voy a explicar algo el cómo fue la aproximación y la bajada a la Montaña…
Por la mañana, bien temprano, tras encomendarme a San Pedro y su cactus, me he acercado a la entrada a la Montaña del Machu Picchu… El camino, de algo más de 2 kilómetros (según dicen las guías), que a mí me han parecido 500, transcurre inmisericorde hacia arriba, en un zigzag constante que te quita el aliento… Solo yo seguía ese camino, a esas horas, a pie…
De vez en cuando pasaba el autobús que acerca a la gente, más cómodamente, a la entrada de las ruinas… Yo no me he arrepentido un instante de seguir esa ruta, ya que me parecía lo más apropiado para un peregrino y, aunque solo una minoría prefiere cansar sus cuerpos para ello, he encontrado que esa es la mejor manera de apreciar el lugar y sentir las emociones que los miles (quizás millones) de personas que subieron a la cumbre sintieron…
Tras algo más de una hora (¿o han sido más dos? ¿Quién sabe? Me he olvidado consultar el reloj…) he llegado a la taquilla que recoge los tickets… He encontrado a los “gringos” de ayer que salían y tras un ratito charlando me he despedido con un “Voy a mi viaje chamánico”… Allí los he dejado, mirando como los bobos miran hacia el vacío…
Nada más dar con las ruinas, he tomado un pequeño desvío, vagamente señalizado, hacia la montaña llamada “Machu Picchu”, dejando para más tarde el ingreso a las ruinas propiamente dichas… He ascendido como un loco, me encontraba inusualmente fuerte, algo quizás debido a la proximidad del lugar…
He seguido y seguido, pero siempre había escalinatas incas esperando… Al final, he parado en un sitio especial, con “vibraciones” extraordinarias, una especie de recodo hecho por los antiguos para tomar el aliento… No andaba cansado, pero una voz interior me ha hecho apreciar que la cumbre, a pocos pasos, no era la “física”, sino la que cada cual percibe…
Tras unos instantes de profundo silencio, he bajado sobre mis pasos, encontrando a unas valientes chicas que me han preguntado si faltaba mucho… Les he respondido que dependía de ellas mismas… Han sonreído y comprendido… La cumbre no tiene un final… Han seguido lentamente la cuesta de piedras que los antiguos incas depositaron allí vaya usted a saber cuando…
En las ruinas todo era una embriaguez constante… Iba de un lado para otro parándome donde las piedras me indicaban… He tomado muchas fotos, que expongo en esta entrada de hoy, y me embelesado con la definitiva belleza de las ruinas que, por otra parte, estaban perfectamente conservadas…
Me he prometido volver, si Dios me dejaba, a recorrer el lugar y a ascender la imponente mole del Wayna Picchu cercano y su Templo de la Luna. Solo dejan pasar a esta montaña a 200 personas por la mañana y a otro tanto por la tarde. Hay que firmar una especie de contrato en el que exoneras a la organización en caso de accidente (mortal o no) y tienes que acercarte a las cuatro de la madrugada para asegurarte un lugar en la ascensión y disponer del tiempo suficiente para el resto del lugar…
Quizás merezca la pena, pero yo he preferido perderme algo más entre las calles de la ciudadela… Era lo que me pedía mi espíritu, aquí y ahora…
Tras unas horas, he salido del recinto y he emprendido la bajada… Esta vez he aprovechado los atajos incas, consistentes en una serie de empinadas escalinatas de piedra, que encuentras mientras subes y que son mucho más amigables usándolas para bajar…
En un tris, estaba frente al río que flanquea la subida a la montaña… He mirado hacia arriba y me he sorprendido con el hecho de haber subido a esa altísima cumbre perdida en la neblina y, lo más importante, con haber tenido fuerzas suficientes para hacerlo… Me encontraba fresco y sereno… ¿Cómo no atribuir a la magia de la Montaña Sagrada esas fuerzas extra para acometer la jornada?
Al llegar a Aguas Calientes estaba feliz… Machu Picchu se había grabado en el corazón y la memoria… Si Dios quiere volvería, ojala que en mucho mejor momento y circunstancias… Machu Picchu, como el Taj Mahal, son una sorpresa asombrosa cuando te topas con ellos… Ninguna imagen les puede hacer la debida justicia… Y siempre querrás volver… Tienen ganada su fama de maravillas de la humanidad…
Me he recogido muy temprano… Nada se me había perdido entre las calles del pueblo… Además necesitaba un bien merecido descanso para la vuelta de mañana…
¡Gracias a Dios (llámate Viracocha, Yahve, Allah, Ishwar, Absoluto o Nada), gracias por el Machu Picchu!
Alucinantes fotos y gracias por tus palabras. Nadie ha podido describir tan bien como muchos nos hemos sentido al respirar esa magia que solo Machu Picchu en vivo puede enamar... namaste
ResponderEliminar