El paulista se ha presentado temprano con el taxi a recogernos… El trayecto el “Porto Grego” se me ha antojado mucho más rápido que la ida… estábamos allí a las 9:00…
La atmósfera variopinta del puerto queda de manifiesto por algunas fotos que he tomado nada más llegar… Me gustan especialmente la “santería” de que hacen gala los marinos de estas latitudes para defenderse de las embestidas y los accidentes de las aguas…
En el muelle, se vende tapioca con diferentes rellenos: pollo, carne, queso, etc… Esto forma parte del colorido de todo el Brasil, de norte a sur…
Hay gente que pasa, prácticamente, su vida en el barco. Viven, duermen, limpian, arreglan pequeños o grandes desperfectos… en fin, que en un país, a veces tan duro, como Brasil, es tener mucho…
De nuevo la turba de hamacas que inunda toda la cubierta del barco… Parece que va ha haber un poco más de espacio que la vez anterior, pero no nos hacemos muchas ilusiones… Ponemos nuestra tela en el mejor sitio posible y esperamos a la salida del barco para descansar algo…
A las 10:00 ha salido el barco… Parece que hay más nás “vidilla” en esta parte más estrecha del río y, aunque los barcos son más pequeños, se ven en mayor número…
Incluso en la orilla, algo más cercana que en le Amazonas central, están estacionados en la arena todo tipo de naves que se dedican, mayoritariamente, al transporte de personas y mercancías y, en ocasiones, también vemos barcos de pesca…
Junto a esto, al estar ya deambulando por sectores que más parecen canales que el gigante río Amazonas, se puede ver una vida mucho más colorida por parte de los indígenas…
Sigue habiendo una espesura casi imposible de atravesar, prácticamente impenetrable… Las lianas y todo tipo de vegetación van adueñándose del espacio que antes ocupaban otros árboles… Esto es, sigue siendo, no lo olvidemos, la selva amazónica…
En un momento de la travesía ocurre algo asombroso… Un pequeño bote, cargado con fruta y diversa mercancía, se va acercando por la parte delantera al barco y, cuando se encuentra a la altura de los neumáticos que cuelgan a estribor, el chaval que va dentro saca un gancho y, con una maña impresionante, se engancha (valga la “rebuznancia”) a la rueda y, aguantando el fuerte tirón, se mantiene pegado al costado de la nave… Con rapidez, el chico y la chica, quizás hermanos, que van en el botecillo, se aseguran amarrándose con cuerdas al barco y se dejan arrastrar por un trecho, mientras negocian con los pasajeros… Una vez concluida la operación, sueltan las amarras y con una maniobrabilidad y una pericia dignas del mejor surfista, van “toreando” las olas de la estela de la quilla, hasta alejarse definitivamente del barco y dar la vuelta hacia la dirección de la que partieron, quizás para esperar el siguiente navío… ¡Alucinante!
Me da cierta pena irme despidiéndome de la selva, ahora tan cercana, y me prometo volver algún día, si Dios y las circunstancias me dejan a visitarla… Esa vez, volvería para penetrar más adentro, hasta el corazón verde que late en su interior…
El atardecer me hechiza de nuevo… A mi lado se han puesto un indio gordo como un cerdo con sus tres niñas… Ajusto mi hamaca atándola a puntos más altos y así dejarlos más debajo de mí… Luego me voy hacia la barandilla para adormecerme con la fiesta de colores de la puesta de sol… Dios bendiga este río y a toda Sudamérica… :-)