viernes, 13 de marzo de 2009

Andando por la Candelaria...


Lo primero al llegar a la terminal de Bogotá, ha sido la búsqueda de un transporte para que me acercara a la zona histórica de La Candelaria…

Hemos cogido una buseta (minibus), la C23, que es la que conecta el centro con la terminal y viceversa… Nos ha dejado en el Parque de los Periodistas, cerquita de la maraña de callejas de La Candelaria…


Desde allí hemos empezado, plano en mano y preguntando, a buscar el Hotel Aragón… Hemos dado con él y hemos pedido una habitación… El chico me ha enseñado una, en planta baja, que no estaba mal y me la he quedado… A la hora del registro en la recepción, estaba sentado frente al mostrador, un viejecito con un bastón que era, al parecer, el dueño del local… Era un español, de Teruel, que se vino a Colombia en el año 1962… Le ha alegrado mucho ver a otro español (ya que el hostel es de mucho “guiri”, dada su buena ubicación y precio) y me ha empezado a contar su historia que se ha alargado durante casi una hora… En algunos tramos de su relato se le humedecían los ojos recordando a gente y lugares de su tierra… Este hombre era ingeniero y decidió venirse a este país con un contrato que, a la llegada, fue agua de borrajas. Se encontraron, el grupo de españolitos recién llegados, con una mano detrás y otra delante. Tuvieron que pedir ayuda a una asociación católica de ayuda al inmigrante y lo pasaron bastante mal… Por chiripa, el pudo encontrar un puesto para poder ejercer su oficio y pudo conseguir algo de plata para ir tirando… Se casó, tuvo un hijo, y fue entones que recibió una oferta para ir a trabajar a Miami de ingeniero… Durante esos días, un matrimonio españoles, dueños de un hotel en Bogotá, tenían que irse con urgencia del país, ya que estaban amenazados por cuestiones políticas y buscaban a alguien que comprara el inmueble (aquí, en este punto del relato, este anciano turolense me ha apostillado que “este país siempre ha sido y será un país violento”). El hombre, sopesando las posibilidades de su nueva aventura en Miami y la estabilidad que se hallaba en el negocio del hotel, y todo esto aderezado con la responsabilidad de una mujer y un hijo, llegó a la decisión de que lo mejor era lo seguro… No tenía dinero suficiente y trató de pedir financiación a su familia en España, que no quiso o no pudo ayudarle… Se entrampó con lo que tenía ganado y algún préstamo y se inició en el mundillo hostelero… Esto le permitió seguir trabajando sin estar pendiente de que su principal fuente de ingresos fuera la dependencia de un contrato y le dio la posibilidad de darle una educación a su hijo, que se hizo médico y ahora estaba de rector en un hospital… El hombre casi llora en algunos tramos de su historia y he deducido que padecía, seguramente, de alguna depresión profunda…



En esto, mi nuevo amigo turolense se despereza y me pregunta que cuál era mi habitación… Le doy el número y me dice que no, que por el mismo precio me va a dar una en la que, aunque es para dos personas, me voy a encontrar como un rey, y me guiña con simpatía un ojo cómplice… Está en el piso de arriba y le da las llaves al tipo de recepción que me dio el otro aposento; este último parece como disculparse y yo me encojo de hombros, como diciendo que él no podía saber de que iban a ir los tiros…



En efecto, la habitación es luminosa y parece un salón de baile de lo amplia que es… Desovillo mi equipaje y luego de una duchita salgo a darme una vuelta… En un cuartito al lado de recepción, el propietario, apoyado ligeramente en su bastón, dormita echado en un silloncito de mimbre…



Me acerco a la Plaza de Bolívar, a la Catedral y a sus alrededores, que todavía se despiertan, y me dejo llevar por la mágica sorpresa de la belleza de la Candelaria, el barrio histórico de Bogotá…



Unos policías jóvenes, con una chapa de guías en la solapa, se ofrecen para acompañarme al museo de la policía, en donde me ofertarán con un café y me mostrarán objetos policiales de alrededor del mundo y, lo mejor de todo, fotos, objetos e información sobre el acoso y derribo del famoso narcotraficante, que tuvo en jaque a toda Colombia, Pablo escobar… Les agradezco mucho y me excuso con un evasivo “ya pasaré luego, gracias”…


Descubro la iglesia de Santa Clara, reconvertida en un fantástico museo en el cual, por 2000 pesos, puedes contemplar bellísimas obras del arte religioso colonial… Me pongo ciego a fotos y a vueltas sobre mí mismo en torbellino… :-)


Comemos por ahí y, al atardecer nos topamos con la vidilla nocturna de esta zona central y colonial… Toda el área queda cerrada al tráfico e infinidad de ciclistas, familias y paseantes de todo tipo, se dan cita en sus calles… Por todas partes hay vendedores y artistas callejeros que a mi padre le recordarían la atmósfera insomne y alegre de la Plaza de Jamaa Al Fnaa en Marrakech, salvando las distancias de exotismo religioso, cultural y geográfico…



Cuando ha empezado a irse despejando el tema y la gente iba desalojando los lugares, nos hemos vuelto despacito a nuestro cercano alojamiento, en el que hemos quedado dormidos en pocos minutos, seguramente con una bobalicona sonrisa de satisfacción… :-)

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